Por más veces que vemos la imagen, no somos capaces de evitar sentir una profunda inquietud cada vez que alguien deja a su perrito atado a una farola o un bolardo, a la puerta de un comercio en cuyo interior se encuentra su dueño deambulando por pasillos con anaqueles repletos de productos, y una larga lista de papel en la mano que recuerda su mantra de consumo: detergente, papel higiénico, tomates, harina, patatas, macarrones, yogures, naranjas…
Mientras, su pobre perrito, inmóvil, y sin quitar ojo un solo instante al más mínimo movimiento que se produce en el interior del comercio, muestra en su rostro un evidente gesto de nerviosismo y preocupación. A él no le gusta estar ahí solo, atado, separado del ser a quien más ama y necesita en el mundo. Y además, parece saber perfectamente que se encuentran en situación de peligro, puesto que desgraciadamente son muchos los riesgos a los que sus dueños exponen a sus pequeños durante los minutos que los dejan solos en la calle: robos, atropellos…
Por todo ello, reconozco que siempre que veo un perro solo, atado en la calle, me paro en seco como si alguien me hubiese echado el freno de mano, y permanezco cinco segundos intentando comprender la situación en la que se encuentra ese animal, intentando vislumbrar si realmente necesita ayuda.
Esto mismo es lo que le ocurrió a Zaira hace unos días en el madrileño barrio de Hortaleza; caminaba por una avenida cuando de pronto vio a una pareja de perritos de raza Yorkshire, con sus arneses y sus correas, atados a un banco. Hacía un calor de justicia, no había un alma, y al hacer una mirada 360, comprobó que no había ni un solo comercio en decenas de metros a la redonda. Los perritos estaban limpios y aparentemente bien alimentados. En ese instante comenzó la inmovilidad de Zaira, se quedó en pie, mirando, intentando comprender qué estaba sucediendo allí, y decidiendo si realmente estos pequeños necesitaban ayuda. Esperó, esperó mucho tiempo, deseando que su dueño apareciese por arte de “birli birloque”. Pero no, la espera llegó a un punto en el que tuvo que rendirse ante sus más temidas sospechas: aquellos dos adorables pequeños habían sido abandonados, sin más.
Zaira es una mujer que está hecha de la pasta con la que se fabrica a las buenas personas, aquellas que no son ajenas a los problemas de otros, y que además, cuando los conocen, empatizan con ellos y son capaces de pasar a la acción. Cogió a los dos pequeños entre sus brazos,
y con ellos se plantó en nuestro cercano centro veterinario. ¿Comprendéis ahora por qué sentimos una inmediata inquietud cada vez que vemos un perrito solo, atado en la calle…?
Y bueno, aquí están estos dos bombones rellenos de cereza, a los que hemos llamado Tina & Turner. No estaban identificados con microchip, nadie los ha reclamado, son hembra y macho, tienen dos añitos y son cariñosísísísímos…
Habitualmente, no solemos pedir adopciones conjuntas, porque sabemos que suele ser más difícil que aparezca alguien que quiera adoptar a dos perros a la vez. Pero viendo la foto y sabiendo que estos dos enanitos han vivido siempre juntos y caben dentro de una nuez, pensamos que estaría muy bien que puedan permanecer juntos.
Así que durante unos días, vamos a dar la oportunidad de que aparezca alguien que los quiera adoptar juntos; si no es así, abriremos la opción de su adopción por separado.
Si quieres ver en directo a Tina & Turner cada día en tu casa, escríbenos un e-mail a adopta@elrefugio.org adjuntando un teléfono de contacto, y nosotros te llamamos.
¡¡Abrazos para todos, salud y muuucha Vida!!