La actividad diaria despierta lentamente en el Centro de adopción de El Refugio, en una mañana que apunta ser primaveral. Dada la visita que en unos minutos vamos a recibir, puede que esta sea una fecha que recordemos siempre.
A la hora exacta que dijo que vendría, un hombre alto con gorra, de aspecto atlético y juvenil, se aproximó hasta la puerta de entrada y tocó el timbre. Vestía unos vaqueros y una camisa azul de cuadros, bajo la cual se entreveía una camiseta negra con la leyenda: “Lo que hicimos fue secreto”. Me acerqué hasta la puerta para abrirle, y a través de la verja, le di los buenos días. Para disimular mi emoción, la prudencia me empujó a preguntarle: “¿Vienes a pasear a algún perrillo…?”. Él estiró un poco la espalda, como si le pareciera mentira que yo no supiese a qué había venido él, y con un tono en el que no cabía un solo milígramo más de determinación, me respondió: “¡No! Vengo a adoptar a Lionel. Al oír aquella frase, apreté en mi interior los puños, los ojos y los dientes, y también por dentro grité: “¡¡Bieeeeen!!”.