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La perrita que apareció dentro de una piedra.

29/08/2019

Un gran zumo natural de naranja, café con leche, con miel y canela, y una tostada de pan con mantequilla y mermelada casera de higos. Así comienzan los días de Rocío en el campo cordobés. Al alba, se desplaza desde su casa hasta una pequeña hacienda cercana donde van a desayunar las gentes del campo antes de afrontar la jornada. Comprar el pan recién hecho, el periódico recién impreso, y sentarse en una de las cuatro mesitas de su terraza orientada hacia el este, conforman uno de sus rituales de vida favoritos. Cuando el sol está a punto de eclosionar en el horizonte, introduce su mano derecha en el escote de su camiseta para acariciar con suavidad el colgante que lleva en su cuello. Un cordón de oro trenzado del que cuelga una esmeralda tallada del tamaño y forma de una almendra.
 
Su abuelo fue ingeniero de minas y adquirió aquella esmeralda a un marchante colombiano cuando fue destinado por su empresa para llevar a cabo un proyecto en aquel país. Pensó que sería un buen regalo para su esposa, para celebrar sus bodas de plata. De pequeña, a Rocío le encantaba cogerle el colgante a su abuela y mirar el mundo a través de la tallada esmeralda. Giraba y reía sin parar, convertida en un caleidoscopio con patas, embelesada por las mágicas tonalidades verdes que la vida adquiría por unos instantes. “Algún día esa esmeralda será tuya”, le decía su abuela con ternura. Y así fue.
 
Rocío ya tenía la piedra sobre su ojo derecho cuando el primer rayo de sol atravesó veloz el inmenso olivar dormido frente a ella, hasta impactar en su pupila. El estallido de luz verde era como un masaje para su cerebro. Aquella piedra, como una “Kriptonita buena”, tenía el poder de recuperar en un instante todos los momentos felices de su infancia, invitándola cada mañana a dar las gracias al Universo por poder disfrutar de todas sus maravillas un día más.
 
De pronto, sumido en el festival de destellos, le pareció vislumbrar a un pequeño ser con ojitos. Al retirar la esmeralda, encontró a una pequeña perrita blanca y trigo sentada frente a ella. Su aspecto era desaliñado, polvoriento. La cantidad de hambre que acumulaba en su mirada y el collar que no llevaba, hicieron a Rocío sospechar que estaba abandonada.

La perrita que apareció dentro de una piedra.
Le tendió un trozo de pan entre palabras cariñosas. La pequeña movía su colita pero no se acercaba ni un solo milímetro. Se había colocado a la típica distancia a la que se colocan la mayoría de los perrillos abandonados, unos 180 centímetros (suficiente para garantizar que siempre serán más rápidos en huir, que tú en conseguir capturarlos). Ella se levantó para intentar acercarse y la perrita de inmediato se retiró unos cuantos metros más. Dejó el currusco de pan en el suelo, volvió a sentarse en su silla, la perra se acercó desconfiada, cogió el pan y se alejó desapareciendo en la distancia.
 
A la mañana siguiente, el zumo, el café, la tostada y el periódico, no fueron los únicos que volvieron a acudir puntuales a su cita con Rocío. Justo antes de que cogiese su colgante para recibir al sol naciente, la vivaracha perrilla volvió a aparecer sentada exactamente en el mismo punto que el día anterior. “Vaya, volvemos a encontrarnos… Tranquila, esta vez no me levantaré, ya me lo dejaste claro ayer”. Partió la mitad de su tostada y la lanzó delicadamente cerca de la pequeña. La perrilla le regaló una mirada antes de desparecer con su botín, como diciéndole: “¿Ves qué bien lo has comprendido? No tengas prisa, sigue así y quizás algún día las cosas puedan cambiar. De momento sigue así, lo estás haciendo bien”. Sus ojillos eran dos canicas color ámbar. Cuando le clavaba una mirada, Rocío sentía que se encontraba frente a un ser humano muy chiquitito que se había enfundado un disfraz de perrito. ¡Cuánta humanidad había en aquella mirada, era como El Pequeño Yoda en versión canina!

En su tercer encuentro fue Rocío quien sorprendió a la pequeña, dejando un trozo de papel de aluminio con cinco salchichas cocidas, sobre el punto exacto en el que se sentaba. Al verlas, su expresión de sorpresa le hizo parecer un dibujo animado. Comprendió que no podría llevarse las cinco salchichas a la vez, por lo que probó a comerse una “in situ”, y al comprobar que Rocío no movía una pestaña, comió tres más delante de ella. Cogió la última en su boca y antes de partir, miró a Roció con agradecimiento, con cariño incluso. Dio media vuelta y mientras se alejaba, Rocío dijo en voz baja: “Apareciste en el interior de mi esmeralda mágica, y así te llamaré: Esmeralda”.
 
Al día siguiente: zumo, café, tostada, periódico y… pollito rico con arroz. Se había levantado más temprano de lo habitual para preparar a la que ya consideraba su amiga, un nutritivo menú que la ayudase a sentirse mejor. Tenía la esperanza de poder ir ganando su confianza poco a poco, con el objetivo de ayudarla a “abandonar su abandono”. El sol salió y Esmeralda no hizo acto de presencia. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Rocío desde el coxis hasta la nuca, erizando el vello de sus brazos. Un pensamiento frío y negro como el azabache se apoderó de ella: “¡algo malo le ha ocurrido!”. Recorrió azarada los alrededores en su busca, con la angustia de saber que algo no iba bien, que los peligros que acechan a un animal abandonado son tantos como los kilómetros de distancia que habría podido recorrer desde el día anterior. ¡Quién sabe dónde podrá estar…!
 
Aquella noche Rocío durmió menos que los grillos. Miraba a través de su ventana los campos de olivos iluminados por la luna, pidiendo al cielo que ese día el sol saliese unas horas antes, para poder salir a buscarla. Preguntó en la hacienda, en los comercios. En el pueblo preguntó a todos cuantos se cruzaron con ella. Finalmente paró a repostar en la gasolinera y el muchacho que la atendió la había visto dos días atrás, con su pata trasera derecha enganchada en la alambrada de una finca. La tenía completamente deshecha por los tirones que debió dar para intentar soltarse. Con mucho trabajo consiguió desengancharla, y al sentirse liberada, la pequeña echó a correr a trompicones, despavorida, hasta desaparecer. La adrenalina le concedió para poder huir, una fuerza que ya no tenía.
La perrita que apareció dentro de una piedra.
Rocío sintió una punzada en su corazón al confirmar que algo malo le había pasado, pero a la vez sintió un gran alivio por saber que aún seguía viva. Se dijo a si misma: “¡Tengo que encontrarla como sea!”. En Dos Torres, pueblo cercano a Alcaracejos, donde estaba Rocío, se encuentra la protectora Huellas, que lleva años desarrollando una encomiable labor de rescate, acogida y cuidado de cientos de perros abandonados de toda su comarca, para encontrar familias que los adopten.

Se puso en contacto con Mariví, una de las personas que coordina la labor de la protectora, y de inmediato desplegaron a su equipo para peinar la zona donde la pequeña había sido localizada. Sospechaban que en aquellas condiciones no podría haber llegado muy lejos y, efectivamente, a las pocas horas la encontraron en un estado lamentable. La trasladaron al veterinario para darle atención de urgencia, consiguieron estabilizarla y dado el terrible deterioro que su patita había sufrido, el equipo veterinario determinó que no había ninguna posibilidad de salvarla. Había que amputar.
La perrita que apareció dentro de una piedra.
La perrita que apareció dentro de una piedra.
La conmovedora historia de Esmeralda llega a nuestro conocimiento porque Rocío tiene relación estrecha con El Refugio, puesto que tanto su hija como ella son socias. Al recibir las fotos y los vídeos de la pequeña Esmeralda, emocionados, no pudimos por menos que ofrecernos humildemente para intentar ayudar a esta pequeña a encontrar a la familia que quiera adoptarla, y ayudarla a olvidar tanto dolor y amarguras como las que le han tocado vivir. La dirección de la protectora Huellas Dos Torres accedió ilusionada a cedernos la responsabilidad de la pequeña y ahora se encuentra conviviendo con nosotros. Una vez más, somos testigos de cómo una gran cadena humana une sus esfuerzos para ayudar a un pequeño animal, la perrita Esmeralda. Tan solo faltas tú para cerrar esta maravillosa cadena de ayuda, abriéndole tu hogar para que tenga un sitio en tu vida.
 
Si quieres adoptar a Esmeralda escríbenos un e-mail a adopta@elrefugio.org  adjuntando un teléfono de contacto y nosotros te llamamos. Tiene cuatro añitos, es y será de tamaño pequeño, de carácter cariñoso, y aunque ha perdido una de sus patitas no tiene problemas de movilidad.
 
Son muchas las personas que nos han pedido que les enviemos la foto de Esmeralda con su nueva familia en cuanto sea adoptada, todas las que la han ayudado. Esperamos que sea muy pronto.
 
¡Bienvenida a casa, Esmeralda, te queremos mucho!
¡¡Abrazos para todos, salud y muuucha Vida!!
La perrita que apareció dentro de una piedra.
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