Uno de los fenómenos que afectan a todas las personas que dedicamos nuestras vidas a rescatar a pequeños que han sido abandonados o se encuentran en un entorno inadecuado para ellos, es el de querer llevártelos a casa, desde el momento en el que los tienes en tus brazos, y te miran a los ojos. Te los llevarías a todos. Se genera un vínculo inmediato entre el rescatador y el rescatado. Es un impulso muy poderoso; de no haber aprendido a controlarlo, posiblemente todos los miembros del equipo de El Refugio conviviríamos cada uno en su hogar con unos 350 perros y gatos… Pero en ocasiones, percibes que el vínculo que se ha creado con el pequeño que acaba de cruzar sus ojos con los tuyos, debe perdurar. Es en ese delicado y mágico momento, en el que algo te dice que no debes separarte de él, porque vuestras vidas han de discurrir por la misma senda.
Así le ocurrió la otra mañana a una de nuestras compañeras, cuando acudimos a un pueblo de la Comunidad de Madrid donde habían solicitado nuestra intervención. Un caso grave y muy triste. Una mujer que estaba sufriendo violencia de género, se ve obligada a desmontar literalmente su vida a toda prisa, para huir a un lejano lugar en el que intentar comenzar una nueva vida libre de peligro. Ha convivido desde hace años con tres pequeños. A pesar de haber recibido muy escasa ayuda, y contar con recursos económicos ínfimos, milagrosamente ha conseguido encontrar a una mujer que empatizó con su situación, accediendo a alquilarle un pequeño piso por un alquiler reducido. Las condiciones de la vivienda no son adecuadas para que viva una persona con animales, y esta muchacha se ve también obligada a pasar por el trance de tener que separarse de ellos. Este es el motivo por el que solicitó nuestra ayuda, y por el que fuimos a rescatarlos: Suit (6 años), Irma (7 años), y Kikuyu (11 años).
Suit es la pequeña que ves en la imagen de arriba, en el mismo momento en el que su vida se unió a la de nuestra compañera. Ella convivía con una perra igualita a Suit, que falleció hace algo más de un año. Esa mirada bicolor provocó que su corazón comenzase a girar como lo hace un molinillo de papel en una tarde de vendaval. Ya no pudo separarse de ella. Hacen buena pareja, ¿verdad? Deseamos que celebréis cada día que viváis juntas; es un regalo que la vida os ha hecho porque, al igual que nosotros, probablemente sabe que las dos lo merecéis. ¡¡Sed muy felices!!