Vivimos tiempos insólitos. Tiempos que han paralizado la actividad y el latido de una Humanidad que, aún perpleja por lo que está sucediendo, suspira por recuperar una pequeña porción de normalidad en sus vidas. ¿Quién no ha despertado alguno de estos días y al mirar a través de su ventana ha visto en el piso de enfrente, el de arriba, o el de al lado, a personas como ellos, con cara de: “esto no puede estar pasando y todo ha sido un mal sueño del que hay que huir cuanto antes”? Pero la visión de las mascarillas, que ocultan la expresividad de nuestros rostros, nos devuelve a la realidad con la seca sacudida de un trueno. Sí, está pasando y por el momento no podremos librarnos de vivirlo.
Una minúscula forma de vida ha tirado bruscamente de la alfombra del ser humano, poniendo patas arriba nuestra civilización, sus usos y costumbres. Como si de pronto miles de millones de personas nos encontrásemos metidos en el interior de un gigantesco tambor de lavadora, y alguien hubiese pulsado sin querer, el botón de “centrifugado en seco”. Así nos sentimos la gran mayoría.
Hemos superado una primera fase de pandemia en la que casi todos hemos sido testigos desde el confinamiento, de cómo familiares, amigos, y conocidos o desconocidos, ingresaban en las unidades de cuidados intensivos de nuestros hospitales. Muchos de ellos conseguían salir adelante tras varias semanas de duro sufrimiento, pero otros muchos, cuidadores y cuidados, no.
En memoria de todos ellos, y por respeto y seguridad de todos los que aún seguimos aquí, debemos extremar las precauciones si queremos volver a salir ahí fuera e intentar convivir con lo que han denominado “nueva normalidad”; aunque quizás hubiera sido más certero llamarla “nueva realidad”. Si sentamos hoy a la normalidad frente a un espejo, es muy probable que le costase reconocerse.
Además del uso de mascarilla e hidrogel, una de las medidas de obligado cumplimiento en esta nueva fase, es “la distancia social”. Esos dos metros de distancia entre personas, que debemos respetar allí donde nos encontremos. Hoy, desde la protectora El Refugio, os planteamos una reflexión al respecto. Hoy ha sido adoptado el primer perrillo al que acogimos tras el fallecimiento de su dueño, a causa del Covid-19.
Este amorcete se llama Chico, tiene 7 años, y tan solo 24 horas después de publicar su caso en nuestras redes sociales, una pareja de jóvenes madrileños que llevaban tiempo pensando en adoptar un perrete, conmovidos por su caso, decidieron dejar de ser pareja para pasar a ser “familia”: ¡lo han adoptado!
Para nosotros la adopción de Chico abre una nueva etapa en nuestras vidas, a la que hemos llamado “Adoptar en tiempos de Covid”. Tiempos de “distancia social” que nos impide acercarnos a los demás, en los que sin embargo muchos hemos entendido rápidamente que es cuando más cerca hay que estar de aquéllos que más nos necesitan.
La forma en la que Laura y Luis le han dado a Chico la oportunidad de ser feliz, ha sido maravillosa. Son dos muchachos fantásticos, llenos de vida y con un corazón más grande que una rotonda. De todas las intervenciones que hemos realizado desde que comenzó la pandemia, Chico es el primer caso que ha necesitado ser adoptado, y lo ha conseguido. Nos sentimos muy felices por ello.
Al comentarles que Chico ha tenido mucha suerte al ser adoptado por ellos, Laura y Luis respondieron: “La suerte es mutua, de hecho creo que nosotros ganamos más con él, que él con nosotros. Chico es un regalo de la vida, es un bendito lleno de amor!”.
Enhorabuena a los tres, merecéis todo lo bueno que os pase, y mil gracias a todas las personas que ayudáis a que estas maravillas puedan suceder con tanta frecuencia.
¡¡Abrazos, salud y muuucha Vida!!