Como un diminuto teléfono móvil recibiendo una llamada a la que nadie responde. Con intermitencia. Con insistencia. Así vibraba el pequeño Alex mientras el cielo de la provincia de Toledo se descuartizaba sobre su cabecita a su paso por la localidad de Camuñas, descerrajando aterradores latigazos de luz y sonido que estremecían su escueto cuerpo de cachorro. A cada nuevo bramido celestial, Alex apretaba los ojos y todo su ser contra el vientre de su madre, como queriendo volver a introducirse en aquel lugar en el que se sintió a salvo de un mundo que no le estaba mostrando la más amable de todas sus versiones disponibles.
Si las nubes disponen de un grifo que controle el caudal de gotas de lluvia, alguien en ese momento lo giró dos vueltas en sentido contrario al de las agujas del reloj. El agua se deslizaba en cascada por los recovecos de la pila de neumáticos desechados, donde la madre unas horas antes había procurado encontrar cobijo para resguardarse del tormentón que se anunciaba. A la tierna Ellie le habían bastado 2 años de vida para protagonizar dos vivencias muy determinantes: ser madre, y ser abandonada (tan solo ella sabe en qué orden).
El último rayo les cayó tan cerca que al segundo el aire se impregnó de un ahumado tufo eléctrico, metálico. Al pequeño ya no le cabía más miedo en el cuerpo. Alzo la mirada hacia su madre y, temblando aún más que antes, le dijo: “Mamá, júrame que nunca te irás de mi lado”. Ellie comenzó a lamer a su hijo para intentar calmarlo. La lluvia cesó dando paso a un silencio roto por la minimalista melodía de goterones golpeando las chapas que alicataban el descampado. Un rayo de luz confirmó que el peligro había pasado. Ellie, con los ojos empapados, miró al cielo y juró que siempre estaría al lado de su pequeño para quererlo y protegerlo de los peligros de un mundo en el que solo se tenían el uno a la otra: nada más… y nada menos.
A los pocos días, en pleno confinamiento por el decreto del estado de alarma, Ellie y Alex tuvieron la suerte de ser encontrados por una persona que no dudó en poner fin a su situación de desamparo, acogiéndolos temporalmente en su casa. Contactó con El Refugio pidiéndonos ayuda para ellos, y nosotros nos comprometimos a que formasen parte de nuestra gran familia en cuanto se reestableciera la movilidad. Hoy ya se encuentran con nosotros: ¡son adorables! Ellie tiene 2 años y pesa 5 kilos. Su hijito Alex tiene 2 meses y medio, y pesa lo que un frasquito de miel.