Las personas que trabajan y colaboran activamente con cualquier ONG, deben aprender a desdoblarse. Acostumbrarse a vivir de forma permanente en los territorios ocupados por los grandes males, los sufrimientos severos, y la crueldad imperdonable; aprender a ser capaz de que el dolor que te produce cada historia de las que vas a vivir, no te paralice ni anule tu capacidad de actuación, pero, a su vez, que la enérgica resolución necesaria para librar mil batallas, no logre endurecer con el tiempo los tejidos que envuelven tu alma. Que jamás la breve mirada de un pequeño, o un tímido lametón en tu nariz, dejen de provocar que un par de lagrimillas se columpien en tus ojos.
No siempre resulta fácil mantener este equilibrio. Muchas de las historias de pequeños a los que conseguimos rescatar, son tan truculentas que a veces omitimos ciertos detalles de las mismas con la intención de evitar cierta cuota de dolor a todas las personas que con tanto cariño nos seguís y apoyáis desde hace tiempo. Sin embargo, hoy, al comenzar a redactar esta publicación para dar a conocer la historia de Kira, Odín, y sus siete pequeños, nos ha parecido oportuno no dejar ni un solo detalle en el tintero. Creemos que también es bueno que podáis tener una imagen completamente nítida de la terrible realidad en la que se ven envueltos miles de pequeños inocentes en este país, y también quienes día a día nos esforzamos por salvar sus vidas y luchar contra quienes se empeñan en machacarlas. Es “la desnudez de la realidad”.
Kira y Odín (de raza American Stafford, con 5 y 8 años respectivamente) convivían con un vecino del madrileño barrio de Tetuán. Toxicómano asiduo a verse envuelto en conflictos, fue detenido por las fuerzas del orden tiempo atrás. Los perros quedaron “al amparo” de los también toxicómanos compañeros de piso del detenido. Durante el tiempo que el individuo estuvo encarcelado, Kira tuvo una camada de cachorros. Sus “esmerados cuidadores” realizaron un repugnante trueque en el que los cachorros fueron entregados a diversas personas a cambio de sendas cantidades de droga (operación que, al parecer, ya habían repetido en el pasado).
Una vez que el preso fue excarcelado, cogió a Kira y Odín, y se trasladó a vivir a Oropesa (Toledo), localidad en la que habitaba una hermana suya. Una vez allí, la perrita volvió a quedar preñada. Una nueva camada de 7 pequeños, vino al mundo. Siendo todavía los cachorros del tamaño de un panecillo, el tipo apuñaló a la mujer que en ese momento era su pareja. Como puedes imaginar, vuelve a ser detenido y Kira y Odín, junto a sus 7 pequeños, quedan solos en el piso bajo la única tutela de la hermana del detenido. Su intención inicial era la de llevarlos a todos a la perrera. Una estrecha colaboradora de El Refugio fue conocedora de la situación, y al día siguiente se personó en el domicilio para rescatar a los cachorros. Dos de ellos se encontraban en muy mal estado y tuvimos que ingresarlos de urgencia afectados por hipoglucemia. Afortunadamente consiguieron salir adelante. Nuestra colaboradora rogó a la hermana que no llevase a Kira y Odín a la perrera, manteniéndolos en la casa unos pocos días, mientras gestionábamos que su acogida fuera viable.
Así fue. Pasados unos días, y tras realizar algún que otro encaje de bolillos, nos desplazamos hasta Oropesa para rescatarlos. La hermana del detenido nos dijo que no había podido mantenerlos más en el domicilio donde estaban, y los había entregado en dependencias municipales de Oropesa para que fuesen recogidos por la perrera. “Afortunadamente” esto nunca llegó a ocurrir, pero los perrillos permanecieron durante varios días encerrados en un incomprensible cubículo de menos de dos metros cuadrados, sin apenas atención alguna. ¡Tenaz!
Fue vernos aparecer y no necesitaron que nadie les explicara que estábamos allí para salvarlos: ¡lo sabían! Sus ojillos brillaban como en los dibujos animados japoneses, y sus rabitos giraban de contento a tal velocidad que hubieran podido salir volando de allí (que, en realidad, fue lo que hicimos). Cada kilómetro de carretera que nos alejaba de aquel funesto lugar, nos deshacía un poco más el nudo que teníamos en el estómago por el hecho de saber la porquería de vida que habían llevado estos pobrecitos, y lo cerca que habían estado de morir. Pero no; nos dirigíamos como una flecha rumbo a su nueva vida, en la que ya no cabrían los conflictos, los puñales, ni el desastre permanente. Ahora comenzamos el proceso de búsqueda de personas que quieran adoptar a Kira, a Odín, y cómo no, también a sus 7 adorables pequeñines. Si quieres conocer a alguno de ellos para darles la oportunidad de saber lo que es una vida sana, segura, y feliz, escríbenos u e-mail a adopta@elrefugio.org adjuntando un teléfono de contacto y nosotros te llamamos.