Después de veinte años haciéndolo, cuando nuestro equipo de rescate se dirige al lugar en el que un perro abandonado necesita ayuda, seguimos sin saber nunca con qué nos vamos a encontrar. En muchas ocasiones son angelitos que nada más vernos bajar de la furgoneta, vienen andando hacia nosotros con la cabeza y las orejas gachas, arrastrando un culillo que no deja de mover su colita, tras haber comprobado que acaban de llegar unos humanos con chalecos de color naranja que, lejos de gritarlos o liarse a pedradas con ellos, los cubren de caricias, susurros y hasta cositas ricas de comer. Parece como si te dijeran con sus ojillos brillantes “menos mal que ya estáis aquí, pensé que no vendríais nunca”.
Pero bien es cierto que para cualquier perro que haya sido abandonado, los encuentros con los humanos no suelen ser demasiado positivos: gritos, palos, pedradas, atropellos y cualquier cosa menos cariño. Para ellos sobrevivir a cada día que trascurre es una aventura tan peligrosa como incierta, y muchas veces tienen que acabar alimentándose de cosas que, como dice el dicho, harían vomitar a una cabra. Por ello, en muchas ocasiones basta una actitud claramente amistosa hacia ellos y unas latas de suculenta comida enriquecida para ganar su confianza por completo.
El caso que os contamos hoy cuenta la historia del rescate de tres perritos que compartían su abandonado destino, uno de ellos se echó a nuestros brazos pero los otros dos eran más recelosos y hubo que recurrir a las ancestrales técnicas de los indígenas amazónicos: la cerbatana.
El uso de dardos tranquilizantes para la captura de animales requiere un control riguroso de todos los pasos a seguir durante el proceso, de principio a fin, pero garantiza en la práctica totalidad de las ocasiones poder capturar y salvar al animal: inyectar el tranquilizante en el dardo, cargar la cerbatana, acercarte a una distancia prudencial, apuntar bien, disparar y esperar a que el dardo haga su efecto. El proceso termina con la fase de reanimación.
Una vez que caminas con el perrillo ya dormido entre tus brazos, rumbo a una vida en la que no volverá a estar solo jamás, le miras a la cara y dices: “perdona por dispararte, solo quería salvarte la vida
Houdini, Trókolo y Anselmo, tres podencos que ya están a salvo y que esperan poder formar parte de la vida de cualquiera de vosotros. Ahora más que nunca, ¡adopta!