Casos como el de Nawall son desgraciadamente frecuentes. Al parecer, muchos habitantes de zonas rurales poseen naves o cabañas ubicadas a las afueras de los pueblos que habitan, en las que suelen guardar útiles y herramientas de labranza, fertilizantes, piensos para el ganado, vehículos, etc. Suele ser costumbre comprar un cachorro de perro, o que algún conocido les dé un cachorro de una camada que haya tenido su perra. Desde pequeño, le ponen una cadena al cuello y lo dejan atado en el interior de la caseta con la intención de disuadir a posibles ladrones. Ese perro pasará el resto de su vida atado y solo en aquel lugar, la mayoría de las veces oscuro, sufriendo altas temperaturas en verano, y frío tenaz y humedades en invierno. Realmente se trata de una “cadena perpetua” en un módulo de aislamiento. En muchos casos, el dueño pasa por allí de vez en cuando para echarle agua en un bidón partido, y dejarle alguna barra de pan duro y un montoncillo de despojos crudos de pollo, que les suelen regalar los carniceros del pueblo cuando compran carne para su familia. Para muchos de estos pequeños, es su único alimento. El perrillo va creciendo según pasan las semanas, pero la cadena que lleva alrededor de su cuello, no. Tal es el grado de desinterés de la persona que tuvo a Nawall, que ni si quiera lo miraba o tocaba para poder haberse dado cuenta de que aquella cadena lo estaba comenzando a estrangular. El diámetro del cuello continuó aumentando hasta un punto en el que la cadena abrió la carne del cuello. En ocasiones como ésta, parte de la carne rodeaba la cadena cicatrizando sobre ella, mientras la otra mitad de su cuello colgaba putrefacta.
“Nawall llegó a nosotros en un estado tremendo. Tuvimos que sedarlo, cortar la cadena de su cuello con una cizalla, y arrancarla centímetro a centímetro de su piel. La carne se había ido fundiendo con los eslabones. Fueron momentos muy duros. Al final, la reconstrucción de su cuello ha requerido practicarle cuatro intervenciones quirúrgicas a lo largo de varios meses. Sin embargo, su cuello no es lo que más ha tardado en sanar. Su mente y su corazón estaban hechos añicos. El miedo que mostraba hacia cualquier persona que nos acercábamos a él, era desmedido. Un miembro de nuestro equipo de cuidadores es terapeuta canino, y durante todo este año ha sido principalmente la persona de la que Nawall ha recibido cuidados. Muchísimo amor, psicología, delicadeza, y perseverancia, han terminado dando sus frutos. Hoy Nawall es un perrito física y emocionalmente recuperado. Este pequeño es un amor, y ahora, a sus dos años de vida, lo que realmente necesita es una persona que quiera darle la oportunidad de saber que no todos los seres humanos son tan terribles como quien lo secuestró y torturó. Alguien que lo quiera como él merece y sea capaz de recibir todo el amor que este pequeño tiene para dar, cada día de su vida. Deseamos que muy pronto estés en casa, Nawall. ¡Te lo mereces, corazón!
Queremos transmitir nuestro agradecimiento a todo el equipo de personas que luchó por rescatarlo; no fue fácil, pero el hecho de que podáis ver cómo está hoy Nawall de bonito y feliz, es seguro una gran recompensa para vuestros generosos corazones”.Nacho Paunero, Presidente de El Refugio.
Si quieres conocer a Nawall, escríbenos un correo electrónico a adopta@elrefugio.org y os organizamos una cita para que podáis dar vuestro primer paseo por los preciosos bosques de nuestro centro de adopción.
¡Abrazos, salud, y mucha vida!
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¡Miles de pequeños en apuros te lo agradecerán eternamente!